Como “en lo pequeño se ve mejor”, las hermanas señalan que su experiencia inicia en las cocinas de la infancia, tanto en su casa como en el campo, junto a sus abuelos Amor Esthercita, Amor Chochita, Papá Cornelito y Papá Julito. En una época en la que no existían hoteles, los huéspedes internacionales eran invitados a la casa de sus abuelos, anfitriones de Cuenca. La normalidad para estas niñas era una mesa grande, muchos invitados y el servicio a los demás.
Un tejido de mujeres compone sus recuerdos de aprendizaje en la cocina, su abuela materna, Rosa, una mujer llena de sencillez que sabía sembrar, cosechar y disfrutar de la cocina; y su abuela paterna, Esther, una mujer sofisticada y perfeccionista. También están Rosita, Sarita, Michi, Inés, Luz, Rosario, Virginia, Mamá Adela, Lola, Etelvina, Carmen, María, Rosa, Angelita, Julita.
Las hermanas nombran con enorme gratitud a sus maestras, cada una con sus platos insignia: sopas de granos con coles, empanadas, tortillas, dulces, comida búlgara. También señalan la suerte de haber tenido a un padre autodidacta, curioso, que hacía el desayuno en una época en la que los hombres no entraban a la cocina. Su padre, Cornelio Vintimilla, tenía una biblioteca culinaria enorme, cocinaba para sus nietos una vez a la semana y fue el autor de la receta original de una salsa de tomate muy reconocida.