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Cuatro haciendas ecuatorianas: El lujo de la historia, los paisajes y la vida cotidiana

Las haciendas siempre tienen un halo de magia, una suma de historias propias y ajenas, que mezclan el tiempo pasado con el actual. Son una fantástica espiral de mitos, personajes y parientes. En sintonía con ellos, majestuosas construcciones testigas de siglos, guardan el alma de cada una de sus cosas. Estas haciendas del norte de Ecuador son un portal que vale la pena atravesar, lugares que imprimen para siempre en el viajero las ganas de volver.

Hacienda Pinsaquí

En la provincia de Imbabura, a menos de dos horas de Quito, se encuentra la ciudad de Otavalo. Un lugar de obligatoria visita para comprender las raíces andinas, la cosmovisión indígena y sus tradiciones. 

Durante la época de la colonia, toda esta región fue ocupada por los españoles y ahí se establecieron tres grandes haciendas que se dedicaron a la agricultura y a la producción textil, entre ellas Pinsaquí. 

La propiedad pertenecía a Modesto Larrea Donoso, heredero del Marquesado de San José, tras su muerte pasó a manos de su hijo José Modesto Larrea Jijón, parte de la aristocracia de la época. El tejido que aquí se hacía fue considerado una mercancía fina que competía con la más alta calidad en Estados Unidos y Europa. 

Los tiempos de la colonia se hilaron lentamente. El mismo viento frío y fresco del páramo que puede sentirse ahora, en su momento, anunció una época de cambios. El mismísimo Simón Bolívar permaneció en la Hacienda, las montañas que él miró, ahora nos miran. 

Aquí pasaron tantas cosas, las vidas cotidianas y las de los héroes se juntaron. En sus salones se firmó el Tratado de Pinsaquí, en tiempos del presidente Gabriel García Moreno: la paz definitiva con la hermana Colombia. Estas paredes temblaron y cayeron en el terrible terremoto de Ibarra del 16 de agosto de 1868, diez años de restauración valieron la pena, era al fin y al cabo una resistencia ante el olvido. 

Desde 1887 siete generaciones de los Freiles Larrea han mantenido y conservado este lugar. 

Hacienda La Herrería

La Lola Experience

Construida en 1750 por Miguel Ponce de León. Desde entonces la propiedad siempre estuvo en manos de esta familia, salvo un pequeño período en que fue confiscada por el dictador Ignacio de Veintimilla.

Fue de las prioridades más grandes de la Sierra Norte del Ecuador. El estratégico sector en donde se ubica permitió que fuera granero de la capital y, por su tierra fértil, sirvió para cultivos y para pastoreo de su ganado. No es de sorprenderse que, por su importancia, la historia política del Ecuador tenga también sus grandes capítulos y acuerdos en esta espléndida hacienda. Aquí, se pueden seguir los pasos de Camilo Ponce Ortiz de Cevallos, fundador del Partido Conservador y candidato a la presidencia en el siglo XIX hasta llegar a Camilo Ponce Enríquez, fundador del Partido Social Cristiano y presidente de la República entre 1956 y 1960.

La herrería tenía un gran troje (granero) y, especialmente, una fragua (horno donde se trabajan metales). En sus bajos se fundieron los cañones que se usaron en la revolución del 10 de Agosto de 1809, el primer grito de libertad. De hecho, el hijo propietario fue miembro de la Junta Suprema de Gobierno y, por tanto, perseguido por los realistas. 

En 1822 las tropas del Mariscal Antonio José de Sucre acamparon en estas tierras, en vísperas de la Batalla del Pichincha. 

Pero hay, además, un personaje femenino que lo impregna todo, Lola Gangotena, esposa de Camilo Ponce Enríquez. Enamorada del arte, restauró piezas que hasta ahora completan el patrimonio de la estancia; su gusto se refleja en finas obras coloniales y de barroco europeo. Se dice que su espíritu libre y trasgresor de vez en cuando aparece para compartir con los visitantes. 

No funciona como hospedaje, pero cuenta con un increíble restaurante, La Lola Experience, inspirado en la historia local y en un libro de recetas encontradas en la Herrería. Los gastrónomos Carles Tarrasó y Camilo Ruiz han desarrollado un menú exquisito que reinventa la comida criolla ecuatoriana. Se debe hacer reserva previa.

 

Hacienda Zuleta 

Ubicada a dos horas de Quito, en la conocida como La Avenida de los Volcanes, el mismo viaje hacia el lugar ya presagia que esta será una aventura de exclamaciones. 

El lugar tiene una historia que se remonta a los caranquis, un pueblo preincaico que aquí dejó entre su legado misteriosas pirámides, refugios para la actividad volcánica, un lugar ceremonial para los caciques y un emplazamiento agrícola privilegiado. Luego vinieron los incas y los españoles, cada cual comprendió con sabiduría que ese no era cualquier lugar. 

La propiedad de la tierra de esta zona fue entregada por la corona española, a los jesuitas, al canónigo Gabriel Zuleta, quien era dueño de otras 17 haciendas en 1713. A partir de ese momento, fue conocida como Cochicaranqui de Zuleta. Luego de su muerte, pasó a ser propiedad de la familia Posse quien la tuvo hasta finales del siglo XIX. 

La hacienda mantenía su tradición agrícola cuando fue vendida a José María Lasso, el primer antecesor de sus actuales dueños. De él, pasó a su hija Avelina Lasso y su esposo Leonidas Plaza, quien fue presidente del Ecuador en dos ocasiones. 

Su hijo, Galo Plaza Lasso, fue también presidente de la república, además de torero y diplomático, era un hacendado de corazón y un defensor apasionado de la agricultura moderna. Hay que decir que Zuleta revolucionó la práctica agrícola con su espíritu avantgarde trajo tecnologías que se estrenaron en el país como la introducción del primer ejemplar de ganado Holstein acompañada de una selección de semillas y tractores. 

Avanzando en el tiempo, las reformas agrarias de Galo Plaza devolvieron importantes extensiones de tierra a los pueblos indígenas de Zuleta, aboliendo muchas prácticas injustas. Actualmente, la población es dueña de sus tierras y disfrutan de prosperidad. La agricultura y el bordado son fuentes primarias de empleo, así como la hacienda misma en sus áreas agrícola y turística. Son famosos sus quesos y lácteos, el sabor de aquí es otro, mejor. 

 

Hacienda La Ciénega 

Llegar a las laderas del volcán Cotopaxi y encontrar “el paraíso en la tierra” como ha sido llamada esta hacienda de las más antiguas del Ecuador, nos deja sin aliento. Y no es la altura, es otra sensación, una energía distinta ante tanta belleza, una increíble sinergia entre naturaleza y cultura. 

Más de 400 años han pasado desde que un españo, el Maestre de Campo don Matheo de la Escalera y Velasco compró estas tierras en 1695, enamorado de la quiteña Gabriela Chamorro, se casó y continuó su vocación de terrateniente. Don Matheo fue dueño de haciendas y propiedades que pasaron por herencia a su única hija, doña Rosa de la Escalera, casada con el capitán don Gregorio Matheu y Villamayor. Su heredero, Gregorio Matheu de la Escalera, se enamoró en Lima de la VI marquesa de Maenza, María Ana de Aranda y Guzmán, se cuenta que la raptó y la trajo a la provincia de Quito, escoltada por cien servidores. Una vez casados, hicieron de La Ciénega su residencia… Así la propiedad se transfirió por línea directa, de generación en generación, hasta hoy. 

Estancia de viajeros ilustres como Carlos María de la Condamine y Alexander von Humboldt. Sus historias, los objetos y libros que guarda, ciertos murmullos que se escuchan, incluso sus aparecidos entre espejos de cuerpo entero y obras de arte traídas especialmente por el marqués desde Europa, vuelven a este destino un lujo de experiencia. 

La hacienda siempre fue ganadera y agrícola. Su casa, que parece un palacio, tiene una distribución colonial tradicional con patio central y habitaciones a su alrededor, capilla y torre desde donde se ve gran parte del pueblo, un pueblo rico en tradiciones que han permeado sus campos. 

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